Ahora
caen
las hojas
Es sencillo.
se caen
y quieres entrar en ellas,
que pesen
y te aligeren.
De cualquier cosa mana el cielo,
si sólo
fuera
una palabra que pesa menos.
Tras el tiempo oscuro
hay sol muchos días.
Sale un dios de la mano,
el humo
de cualquier palabra.
Lo que se seca
reparte el alma.
Los pasos del adiós cruzan la arena
y el pedregal,
se ven en el agua
los dibujos negros.
Otra vez los mira,
ondulaciones.
Es violento
mover esta rueda de imágenes.
Una casa junto al agua es
húmeda.
Se escribe
y se tapa la oreja negra del
aire
con una piedra
sobre la tierra.
Las ramas que conducen a la luz
saben quebrarse,
un año
hacia el origen,
otros
buscan la ausencia.
La luna está llena
de caminos como este.
Y lo que se posa
y se eleva
ya no te pertenece.
Ese temor
a poder controlar
las aguas con palabras.
No puede pesar el cielo ahí.
El pequeño árbol
fija la tierra.
(Casa junto al agua)
Todo quema,
la piedra más que el
hierro,
la arena sobre todo,
el hueso apenas,
y la luz que otros días
te dejó ver el mundo
lo oculta.
Tu sombra parece una
tela
difícil de arrancarle a
la tierra.
Me dijeron donde había un lugar de baño,
y seguí esas palabras.
-cierra los ojos
y sigue-
Año a año
las sigues
hasta ese lugar,
los lugares que se guardan
entre dos personas que se
arrasan
y cuentan los árboles
junto al agua.
Ahora
casi puedo
guiar el aire.
(Aire)
.UN SONIDO DE CONCHAS A LO LEJOS.
Por la puerta abierta de
esta casa entra el aire –nunca la cierres– ese nunca que juega con aquellos
árboles –crecen para sí y yo hablo con la puerta o como la puerta y no sé nunca
que digo; es por donde viene todo. No es un camino, pero se lo parece, ninguna
ruta aunque atraviesa el cielo, lo veo en los juncos a los que ha abandonado el
agua y ellos guardan más cielo –alguien arrancó algo seco– Me puse a caminar,
era sólo arena caliente, una gran extensión hoyada, salía humo de un árbol que
hay muy abajo, o de un ojo anegado, y en cada hoyo podía haber una piedra o una
palabra, una pluma o basura, cuencos vacíos; la luz hace su trabajo que es
quemar la voz del que dice todo esto, y la sombra de casi nada, o el dibujo que
dejó una vez un rayo en tu mano. No tenía la distancia –el ojo es simple– sabe
guardar el espacio, cada noche se cierra y se limpia y ve ausencia, en el se
purga el sol. Muy atrás -no llamo años a lo que es evidente- podría ir hacia
muy lejos, pero no sé cómo; no hay una línea, ni siquiera una palabra. Más bien
son las distancias atravesadas por un camino que desde el cielo es una grieta
cosida con hierba y con luz. En el agua
las palabras parecen hundirse, en el amor desparecer, en la luz apagarse, en la
oscuridad brillar. El humo se las lleva al cielo. Las luces del suelo se cubren
de hojas. en los bordes del camino parecen los ojos del sol; bajo las hojas en
la niebla, no iluminan esta memoria oscura, y si nevara –y lo hace algún día–
ya nada, ni siquiera estoy y de alguna manera lo veo; pero el calor de las
luces derrite la nieve, y entre las hojas trabadas –como de estas palabras que
se pudren– sale humo. Lo que el cielo no va a decir nunca para ti es sagrado.
La luz que llevan los arroyos, parecen desangrarse y no sé lo que dicen. Si
tuviera que decir algo nuevo intentaría entender esto -ya sin acudir a
imágenes- Aún parece perseguir el agua, la escucha, no oye nada que tenga el
valor de ser repetido –como aquellas imágenes que se deshacían en palabras y
luego había que volver a entender– era la humedad que se seca para dejar de
ser, y estos árboles enfilados, antiguos, nada cambia dentro de los ojos, y lo
que está más adentro aún menos, nada se acumula en ellos, quizás el primer día
que estuve aquí, nada llega de ello y si no ha cambiado mucho el lugar es por
esperar, y esas yerbas que ella arranca del agua y las otras yerbas que no
arranca, muy despacio para no levantar el cieno.
(Nunca)
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