30/12/20

poema del 31 de diciembre de 2020, miguel ángel curiel

 

En el bosque se está sólo con toda la familia. Tras el tufo de un animal muerto. Luz y azul en mi lengua están solas. Yo las junto. Nieva caro futuro. Los caminos están debajo. Los árboles guían. Como el poema te pierdes mío carísimo, y yo el sol tras el himen. Mi cuervo entra en el mar. Lo filma mi hija. Me filma, me alejo. El ojo es su enfermedad. La paloma  cortada en dos en el agua. De María del tiempo, negra por el color de la frente. Me han velado las velas, una caída se consume como una vida en nadie. Capas de nieve, Enttäuschung. Entre una y otra los días, las noches. Sin llegar al mar. Dios es más oscuro al ir, y le hablas de ti. Entre capas de nieve el miedo azul. Por las veces que llueve y nieva es mejor retraerse, mirar más lejos. Hablé con un arqueólogo de nieves, una tras otra las veces que he amado se posan en las capas de miedo. Es una oscuridad blanca el amor y la muerte. El angyal de Jaraíz se quema en la noche. Entré en una casa, el falso techo del poema. Arrecia, las ramas echan pelo.

 

[De excursión]

25/11/20

POEMAS de miguel ángel curiel, 25 de noviembre de 2020.

 

“Habito la posibilidad”

Emily Dickinson

 

No se puede seguir la luz al ir hacia el sol.

 

Pasos hacia atrás en la arena.

 

Humo de ramas verdes

arrastrándose por la tierra.

 

El poema seco que oí

es mío,

 

sigue secándose.

 

Trazar es zeichnen.

 

En las aguas la estela del avión negro,

en el cieno pájaros.

 

Lo que se remueve vive,

se excita

y vuelve a ser.

 

Te escribí un poema rugoso

como el tronco del fresno,

 

-emerges de el-

 

Las palabras no servirían

más que para vivir dentro de ella un tiempo.

 

Siempre salen flores de la arena estéril

y un pájaro escondido en la hierba

canta

el mismo

canto de la muerte

 

que la vida imita desde lo lejano.

 

La madera quemada es el testimonio.

 

Con luz propia en cada cosa se refleja

 

y del Stilnox entre sueños

la sombra del danzante en la pared.


[...]











Hace mucho

que no

digo

yo

sobre

un puente

de

tablas podridas. En el lodo brilla la sucesión de días.

 

La ausencia la marcan los fresnos desnudos.

 

Inundables dentro de poco

emergerán del cielo.

 

Se

disuelve en el agua un puñado de tierra.

 

Icarus

aquí sería un sol sin días para la muerte.

 

De las hojas trabadas

y de las palabras que se pudren

sale humo.

 

Ya no puedo leerte,

ni orar a tu lado.

 

El sol se clava.

El ojo se cierra

y en él se purga el cielo.

 

Así todo queda abierto,

y se aligera lo que subyuga

 

 

[Un puñado de tierra]

 










 

[Stilnox]

27/10/20

27 de octubre de 2020, miguel ángel curiel [poème]

 

La ausencia la marcan

los fresnos desnudos.

 

Inundables dentro de poco

emergerán del cielo.

 

Allí en la linde

se separan nuestros cuerpos.

 

Alguien tiene que elegir

entre dos palabras,

 

la vida desborda el poema,

es lo que se pierde en la tierra.

 

Sólo se vuelve desde el sol,

pasos hacia atrás

por un campo de asteroides calientes.

 

Se disuelve en el agua un puñado de tierra,

 

el polvo flota.

 

Cierzo luminoso,

que poco te decimos,

 

pules el cielo,

 

del yo arrancas las chispas,

 

la luz se oye dentro de las malas hierbas.

 

Rompe el hielo,

el poema

es la grieta

 

que se abre.

 

[poéme]

27/9/20

INÉDITOS: miguel ángel curiel, 28 de septiembre, 2020.

 



¿De dónde sale el poema?

Te dirás.

 

 

Sólo puede salir de la muerte,

es una reversión.

 

 

Aún no se le debe nada,

el cielo es grande.

 

 

En el techo reflejos de agua,

escuchas a un astro decir no.

 

 

El último sol

transfiere el fuego de mañana.

 

 

Se llama vértigo a lo que el poema

ha querido darnos y no se oyó bien.

Tenía el mismo miedo y silencio

de quien camina sin poder hablar

y esparce granos de sal contra la muerte.

 

 

Alguien pide tu firma en el vacío,

 

 

lo haces primero

en el agua,

 

 

una emulsión del cielo,

no se sabe

donde lleva lo labrado,

 

 

líneas como las que hace la muerte

en el aire,

nadie las ve.

 

 

El nombre disuelve el origen.

 

 

Rutas de aves que aquí abajo dejan huellas

como una escritura que ha querido estar allí arriba

leve e incendiada

sin otras imágenes

que el movimiento incesante.

 

 

Ha necesitado la tierra

para representar el cielo.

 

 

Las ardillas que le daban miedo

se han convertido en otra cosa.

 

 

En los libros de aire

lo que encarna el perdón,

 

 

superposición de palabras

en vez de una extensión de ellas.

 

 

El peso

de una en otra.

 

 

 

[Otoño de flanqueo]











¿Cómo es la muerte? Preguntó, de arena se cubre el tiempo y la voz se seca. El sol de la noche y lo insoportable se convierte en el aéreo perdón de quien se eleva con el propio silencio. ¿Quién puede dibujar un gigante caído en el agua con la mano atrofiada de mirarla? No temía las distancias, el ojo es simple, cada noche se cierra y se purga. Si hablamos es para cansarla. La crisálida caída estalla. La alambrada no impide el fuego, la ausencia, pero nada se encierra así, todo queda abierto, y la sombra de la alambrada es otra alambrada. En la arena dibuja el viento una casa. El humo dispersa imágenes. Se aligera lo que subyuga, las aguas se rompen en dos al chocar en el árbol. Sin darle importancia al poema, el aire se lleva la noche (sic) lo que ha traído es polvo.

 

[odeón]











En la duración de las cosas no hay litigio, el no se incorpora a cada momento, la almendra tarda más en protegerse del cielo. Una vereda, el campo segado tiene debajo una ciudad. Las redes para pájaros –bajo el agua– ya apenas fibras de una palabra que se tensa en el cielo; las arregla… Las sombras –raquíticas– radiografías, dijiste. La montaña deja libre su río, ni se dirime, sólo se expande. El abismo, el espacio, y lo que está arriba ordenado en dibujos ¿No es eso la vida? Lo duro se rompe por el compas del sol que se clava. Pronto se acaba pero no se termina, así es la hierba, quien pasa sobre ella nunca lo sabe. el agua que no puede abrazar nada se abraza. La tierra no habla, intermitente tartamudea en otras voces muertas. Estamos juntos cociéndonos, el aire se vacía y el cielo es sólo una palabra que pesa menos. ¿Cuándo comienza a envejecer un árbol? es sencillo, se caen las hojas y quieres entrar en ellas más ligero, que pesen más y te aligeren, pesarlas en todas las circunstancias. El poema, a pesar de perder en las palabras todo, ha envuelto la luz con el papel del cucurucho lleno de agua. Antes se ha transferido el mensaje que borra la sombra. Todo se parece a un poema recién escrito que aún puede leerse en el aire.

 

[Carta]














 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 



























7/9/20

INÉDITOS : miguel ángel curiel

 

Ahora

caen las hojas

Es sencillo.

se caen

y quieres entrar en ellas,

 

que pesen

y te aligeren.

 

De cualquier cosa mana el cielo,

si sólo fuera

una palabra que pesa menos.











Tras el tiempo oscuro

hay sol muchos días.

 

Sale un dios de la mano,

el humo

de cualquier palabra.

 

Lo que se seca

reparte el alma.

 

Los pasos del adiós cruzan la arena

y el pedregal,

se ven en el agua

los dibujos negros.

 

Otra vez los mira,

ondulaciones.

 

Es violento

mover esta rueda de imágenes.

 

Una casa junto al agua es húmeda.

Se escribe

y se tapa la oreja negra del aire

con una piedra

sobre la tierra.

 

Las ramas que conducen a la luz

saben quebrarse,

un año

hacia el origen,

otros

buscan la ausencia.

 

La luna está llena

de caminos como este.

 

Y lo que se posa

y se eleva

ya no te pertenece.

 

Ese temor

a poder controlar

las aguas con palabras.

 

No puede pesar el cielo ahí.

 

El pequeño árbol

fija la tierra.

 

(Casa junto al agua)











Todo quema,

la piedra más que el hierro,

 

la arena sobre todo,

el hueso apenas,

 

y la luz que otros días te dejó ver el mundo

lo oculta.

 

Tu sombra parece una tela

difícil de arrancarle a la tierra.

 Me dijeron donde había un lugar de baño,

y seguí esas palabras.

 

-cierra los ojos

y sigue-

 

Año a año

las sigues

hasta ese lugar,

 

los lugares que se guardan

entre dos personas que se arrasan

y cuentan los árboles

junto al agua.

 

Ahora

casi puedo guiar el aire.

 

(Aire)








                .UN SONIDO DE CONCHAS A LO LEJOS.

 

 

Por la puerta abierta de esta casa entra el aire –nunca la cierres– ese nunca que juega con aquellos árboles –crecen para sí y yo hablo con la puerta o como la puerta y no sé nunca que digo; es por donde viene todo. No es un camino, pero se lo parece, ninguna ruta aunque atraviesa el cielo, lo veo en los juncos a los que ha abandonado el agua y ellos guardan más cielo –alguien arrancó algo seco– Me puse a caminar, era sólo arena caliente, una gran extensión hoyada, salía humo de un árbol que hay muy abajo, o de un ojo anegado, y en cada hoyo podía haber una piedra o una palabra, una pluma o basura, cuencos vacíos; la luz hace su trabajo que es quemar la voz del que dice todo esto, y la sombra de casi nada, o el dibujo que dejó una vez un rayo en tu mano. No tenía la distancia –el ojo es simple– sabe guardar el espacio, cada noche se cierra y se limpia y ve ausencia, en el se purga el sol. Muy atrás -no llamo años a lo que es evidente- podría ir hacia muy lejos, pero no sé cómo; no hay una línea, ni siquiera una palabra. Más bien son las distancias atravesadas por un camino que desde el cielo es una grieta cosida con hierba y con luz.  En el agua las palabras parecen hundirse, en el amor desparecer, en la luz apagarse, en la oscuridad brillar. El humo se las lleva al cielo. Las luces del suelo se cubren de hojas. en los bordes del camino parecen los ojos del sol; bajo las hojas en la niebla, no iluminan esta memoria oscura, y si nevara –y lo hace algún día– ya nada, ni siquiera estoy y de alguna manera lo veo; pero el calor de las luces derrite la nieve, y entre las hojas trabadas –como de estas palabras que se pudren– sale humo. Lo que el cielo no va a decir nunca para ti es sagrado. La luz que llevan los arroyos, parecen desangrarse y no sé lo que dicen. Si tuviera que decir algo nuevo intentaría entender esto -ya sin acudir a imágenes- Aún parece perseguir el agua, la escucha, no oye nada que tenga el valor de ser repetido –como aquellas imágenes que se deshacían en palabras y luego había que volver a entender– era la humedad que se seca para dejar de ser, y estos árboles enfilados, antiguos, nada cambia dentro de los ojos, y lo que está más adentro aún menos, nada se acumula en ellos, quizás el primer día que estuve aquí, nada llega de ello y si no ha cambiado mucho el lugar es por esperar, y esas yerbas que ella arranca del agua y las otras yerbas que no arranca, muy despacio para no levantar el cieno.

 

(Nunca)