21/11/19

TRADUCCIÓN AL PORTUGUÉS DEL POEMA INEDITO SEQUÍA de miguel ángel curiel POR CARLOS RAMOS

Conociendo que eres nada, que puedes nada y que vales nada, abrazarás con quietud las pasivas sequedades
Miguel de Molinos

Un paisaje, por su serenidad, influye en el cielo, ese azul al que no podemos subir, atónitos, y que la luz ha vaciado. De noche es una cúpula negra y transparente. Apenas roto en el horizonte, un cristal agrietado. Nos alejamos para no empañarlo de soledad. Allí, los rastrojos y la serenidad vacía de los cardos en las lindes. Cada noche se estruja uno de mis ojos. Me lo como. Pero la serenidad empuja. No sabes realmente lo que es. Lo que se ve desde aquí ayuda, pero es inquietante hablar, decírselo. Llevaba tiempo empujando los cerros secos, alargando los caminos, mesando este vacío. La serenidad era tuya, el sol que parecía ayudar al día quemaba las palabras que se arrastran hacia la noche. Yo no se las daba, se las quitaba, me las arrancaba y me hacían olvidar la enfermedad, y a los topillos azules que salían de la tierra con los ojos podridos los llamaba cielos. Me hacían daño los ojos. Me molía mi pena y mi sombra, el sol. El aire vacío desde donde se escribe siempre desde donde salen las aguas, y lo seco está azul, aplastado y seco. Un paisaje viejo de cielo alto. A los pájaros abisales en el mar aéreo que aprieta las sienes se les oye como a una máquina llena de virus azules. Un frutal es un niño y sueña morir delante de una puerta. Millones de fragmentos de conchas, cortantes y pulidas decisiones, como en la frente las estrías, lo roto, lo que se desgrana y se parte. Para que se descomponga el movimiento ha sido acompasado y violento. Y el sol ha mordido la pena. Tu sombra era humo en la tierra. La recogías. Ibas escarbando con las manos y salía agua. En ella, pequeños soles y más arena de conchas. Y los brillos, los malditos brillos de la edad, lejanos destellos. Querías ayudar a ello, a la descomposición y a aligerar el tiempo. Era como escarbar con manos de humo en las palabras más fugaces. De ellas salía tiempo y pequeños soles chocando. Sabías por cuántas estrías se cantaba el tiempo y qué sonido se le podía sacar al futuro. Estas flores de sal, las escamas, los cristales, el sedimento de las palabras. El viento entra en la muerte. Solo eso habría deseado de las palabras, una decantación del alma. Queda solo eso, la sal de uno mismo, el mismo sabor del sol. Aquello que se va deja aquí lo que se ha ido.

(Sequía)





Uma paisagem, pela sua serenidade, influencia o céu, esse azul a que não podemos subir, atónitos, e que a luz esvaziou. De noite é uma cúpula negra e transparente. Apenas rompida no horizonte, um vidro rachado. Afastamo-nos para não embaciá-lo de solidão. Lá, o restolho e a serenidade vazia dos cardos nos seus limites. Cada noite fecha um dos meus olhos. Como-a. Mas a serenidade empurra. Não sabes realmente o que és. O que se vê daqui ajuda, mas é inquietante falar, dizê-lo. Gastava o tempo empurrando as montanhas secas, alargando os caminhos, medindo esse vazio. A serenidade era tua, o sol que parecia auxiliar o dia queimava as palavras que se arrastavam até à noite. Eu não sei se as entregava se as roubava, arrancava-as e faziam-me esquecer a doença, e para as ratazanas azuis que saem da terra com olhos podres eu chamava-os de céus. Os olhos doíam-me. O sol moía a minha dor e a minha sombra. O ar vazio donde se escreve sempre, de onde nascem as águas e o seco é azul, esmagado e seco. Uma paisagem antiga de alto céu. Para os pássaros abissais no mar aéreo que abraça os templos, eles ouvem-se como a uma máquina cheia de vírus azuis. Uma árvore de fruta é uma criança que sonha morrer diante de uma porta. Milhões de pedaços de conchas, nítidas e polidas decisões, como rugas na testa, o que está quebrado, o que se descasca e se parte. Para que se descomponha o movimento foi ritmado e violento. E o sol mordeu a pena. A tua sombra era fumo na terra. Recolhia-la. Ias escando na terra e saía água. Nela, pequenos sois e mais areia de conchas. E os reflexos, os malditos reflexos da idade, destinos fugazes. Queria ajudá-lo, à decomposição e a aligeirar o tempo. Era como escavar com mãos de fumo nas palavras mais fugazes. Delas saía tempo e pequenos sois que lutavam. Sabias por quantas rugas se contava o tempo e que som se poderia retirar do futuro. Estas flores de sal, as escamas, os cristais, o sedimento das palavras. O vento penetra na morte. Era somente isso o que havia desejado das palavras, uma decantação da alma. Só isso resta, o sal de um mesmo, o mesmo sabor do sol. Aquele que parte deixa aqui o que já havia ido.



             (Seca)

12/10/19

Luminaria del 11 de octubre, 2019



¿Donde me perdí? Ni siquiera sabía el nombre del lugar donde me perdí, incluso cuando logré salir de allí tuve que inventar un nombre del que poder salir, y seguía perdido. Todo era como un sueño vacío. Y tuve que inventar otro nombre en el que poder entrar. Y allí, en ese lugar escribir para nadie, no tener esperanza de comunicación. Sentir que las palabras respiran por sí mismas, y que en la oscuridad de la noche, en la casa abierta, se leen a sí mismas, o una sombra con la voz de nadie, una voz que debe venir de arriba: la voz que dice: la felicidad está fuera de las palabras felices, meras cáscaras de saliva calcificada, y la felicidad silenciosa es sospechosa de sí misma, necesita hacer ruido porque el cielo ahora es más alto [glänz] el brillo de la nada en los ojos;la luz de la vela compite con la del fluorescente. Dos luces compitiendo por tu sombra, y aún ese brillo de la nada intacto en los ojos. No me interesa el silencio del mármol, ni el de la nube, menos que el del hierro o el de la tierra seca. Me interesa el silencio del hombre atravesado de mundo y de luz, el silencio de sus palabras enquistadas en el presente y su respiración bajo el cielo silencioso.

[luminaria del 11 de octubre de 2019]

23/8/19

poema del 23 de agosto



A Carina Valente


“Veo el poema en tus ojos, no dejo de verlo y el poema crece en tu mano”
Yo mismo

Tu boca es un cielo redondo.
Tus manos modelan mi cabeza negra con el barro que queda en tus sueños.
Te peino las palabras de amor, pasamos juntos el rastrillo por la arena azul.
Me das trozos de mar, te doy infinitos
y me das el sol en un vaso de leche
y te doy un árbol cuyos frutos son tus ojos
y me das la flor azul de tu pensamiento
y te doy mi reloj parado en la hora de tu iluminación
y me das el pájaro de tu vientre
y te doy viejas palabras rotas
y tu me alimentas con palabras nuevas.
Te doy una red de luz
Y me das un día de verano junto al río.
En tu boca redonda paseo, el cielo, la luz de tu cuerpo
Y nunca piso tu sombra,
Nunca piso tu sombra
Por no pisar tu luz
Y tu recoges mi sombra y te la echas sobre tus hombros de plata,
Te cubres con ella,
Con mi sombra pisada por extraños
Y te doy un pequeño caballo
Y me das el sol dentro del sol,
Y me señalas la estrella del verano,
Me giras para que vea el mundo lleno de amor.




"Vejo o poema nos teus olhos, continuo a vê-lo e o poema cresce na tua mão"

A tua boca é um céu redondo.
As tuas mãos moldam a minha cabeça negra com a argila que permanece nos teus sonhos.
Penteio-te as palavras de amor, passamos juntos o ancinho pela areia azul Dás-me pedaços do mar, eu dou-te infinitos.
dás-me o sol num copo de leite
e eu te dou-te uma árvore cujos frutos são teus olhos
dás-me a flor azul do teu pensamento
eu dou-te o meu relógio parado no momento da tua iluminação
e tu dás-me o pássaro do teu ventre
eu dou-te velhas palavras cansadas
e tu alimentas-me com palavras novas.
Eu dou-te uma rede de luz
tu dás-me um dia de verão à beira-rio
Na tua boca redonda passeio, o céu, a luz do teu corpo
E nunca piso a tua sombra,
Nunca piso a tua sombra
Para não pisar a tua luz
E tu recolhes a minha sombra e carrega-la nos teus ombros de prata,
Cobres-te com ela,
Com a minha sombra pisada por estranhos
Eu dou-te um pequeno cavalo
Tu dás-me o sol dentro do sol,
Apontas-me a estrela do verão,
Transformas-me para que veja o mundo cheio de amor.


 (Traducción al portugués de Carlos Ramos)


20/6/19

Ángel Luis Lujan: sobre el libro astillas de miguel ángel curiel


Astillas, último libro de Miguel Ángel Curiel

El poeta centra su nueva obra en el problema de la identidad y la comunicación

Sin abandonar el estilo personal que le ha valido un puesto destacado en el panorama lírico español, Miguel Ángel Curiel ha cerrado el ciclo de los elementos (agua, aire, tierra), o por mejor decir lo ha entrecerrado –pues lo elemental sigue siendo la base de su poetizar–, y ha centrado su nuevo libro, si podemos fijar algo de todo lo que sugiere, en el problema de la identidad y la comunicación, temas que ya habían aparecido en otras entregas.
Como siempre en su poesía, el hecho de estar en el mundo se presenta como enigma y nos vamos moviendo a lo largo del poemario por entre signos contradictorios, contrastantes, aporéticos. El primer poema nos sitúa ya en el espacio donde el hombre se enfrenta a la nada, como en el célebre poema de Montale («Forse un mattino andando in un'aria di vetro»), donde el sujeto lírico esperaba, «con un terror de borracho», encontrar la nada al volverse a mirar. Pero en Curiel no se trata de un vacío ontológico exactamente sino de una figuración de la identidad: damos a los demás la ilusión de existir, pero es solo un espejismo; dentro hay un hueco, un sol de soledad, que calcina el interior y brilla solo hacia el exterior. Este sol-estrella se constituye en símbolo central del libro, y lo encontramos de nuevo en la «estrella del vino» como soporte de una embriaguez vital (11), el sol como la luz de la muerte (14), las estrellas como una cosecha de luz sacada de la negrura (16). En este último ejemplo el elemento «luz» que calcina o aniquila se une a otro elemento muy presente en todo el poemario, el de la orfandad universal, aquí en forma de «ser desangelado» (16), que se repite en el poema inmediatamente posterior: el hombre como ángel descarnado. Y en ambos poemas hallamos de nuevo una constante en la poesía de Curiel, la presencia del color blanco («Hombre desnudo en la nieve» se titula el poema) como un cromatismo de la pureza de la desaparición, nunca sabemos exactamente si negativo o positivo. El problema de la identidad se va trenzando, pues, en nuestra lectura a base de estas figuraciones que insisten en la luz blanca que ilumina lo otro, pero no su origen, dejando una soledad de seres caídos de algún estado angélico. Rilke y Celan, evidentemente, por entre bambalinas.
Resulta, sin embargo, nueva la figuración de la identidad por medio de símbolos vegetales negativos, en especial la imagen reiterada de árboles secos. En «Trasmoz» encontramos la idea de la desasistencia angélica unida a la de la vegetación muerta: «Hombres sin ángeles / agarrados / a ramas secas, / a las raíces / de su yo» (12). Aquí comprobamos que el origen vacío del yo, su soledad radical, se confunde con un exterior muerto, al contrario de lo que ocurría con las imágenes de la luz. Más interesante a este respecto es el poema «Dehesa» (33), donde el sujeto poético se identifica con el árbol arrancado: «y me sequé de pie / como un tú que tiene ramas». Este desdoblamiento supone un intento de retorno a las raíces, pero el origen vuelve a aparecer como una luz muerta: «El tú que mete / la cabeza en la tierra / para ver la casa, lo abierto / de los ojos que se encienden / con el sol frío». También puede tratarse aquí del «sol frío» de la muerte, ya que asistimos a un enterramiento, pero la lectura es, sin duda, mucho más rica y difícilmente comunicable.


Esta idea, que acaba de aparecer, de que existe un «tú» en todo proceso de comprensión de uno mismo y de que es la mirada el soporte de esa comprensión sirve para enlazar el problema de la identidad con el de la comunicación. Ese salir del «yo» hacia fuera (el dar luz a los otros) para entenderse desemboca en realidad en una comunicación fallida que el poeta nos revela por medio de la imagen del «peso»: «ese tú en el que estamos encerrados todos, el yo es muy primigenio, pero lo que pesa en uno es el tú, el tú que llevamos a la nieve» (19). La imagen de la gravedad del existir entendiendo se extiende por todo el poemario, y así encontramos versos como: «Se lleva a sí mismo / como un peso muerto» (9), o «(Qué peso / si es claridad)» (67). La enorme tarea de comprender y darse a comprender está sometida al juego móvil e inaprensible de los signos. Lo que el poeta dice, lo que cree una «fortuna» –la amistad, el amor– es desmentido por la escritura o la lectura del libro, que lo convierte en una «desventura» (10). Y es que, como se nos dice en el poema «Hombre desnudo en la nieve», clave para entender muchos planteamientos del poemario, «todos los signos encierran lo abierto. No serían signos si no fuera así». Con un léxico claramente heideggeriano, el poeta apuesta por la paradoja: «encerrar lo abierto» puede querer decir, en consonancia con el filósofo alemán, que los signos contienen la apertura del ser o, al contrario, que cierran la posibilidad de acceder a la apertura del ser. La declaración que habla sobre el poder de los signos es ella misma contradictoria. De ahí que en la figuración de la Sibila el poeta acabe proclamando: «canto sin saber qué digo» (34). El hecho de que los signos se muevan a su capricho se ve aquí como una liberación, que, como no podía ser de otra manera, es una liberación paradójica: «Y ella, la ponderosa, / la que nada dice / porque ya lo ha dicho todo...». El vacío del silencio es en realidad el peso de haberlo dicho todo, haber abarcado todo lo abierto con los signos y haberse quedado en la nada.
No es extraño, pues, que abunde la paradoja en Astillas, quizá más que en otras entregas del poeta, y así nos encontramos con que «El muerto no tiene sed», pero inmediatamente «su sed / es lo que le diferencia / de nuestra sed» (14), o la nube que «dentro lleva / todo lo que no lleva» (15), o «el lugar amarillo es negro» (38). Las contradictorias «estrellas negras» (33) nos recuerdan al «sol negro de la melancolía» de Nerval. En alguna ocasión a la paradoja se une el juego conceptual: «el doloroso e indoloro mundo, / donde el ser se vuelve res» (50). Al hecho de que el mundo se presente simultáneamente como «doloroso e indoloro», se une la imposible verdad, ya puramente lingüística, de que «ser» y «res» sean una reflejo formal de la otra: el ser y la nada son dos imágenes de la misma palabra, a la vez que no podemos apartar la idea de que el mundo degrada al «ser» hasta la categoría de ganado. Como queda claro en el poema que da título al libro: «Lo borroso del ser / es lo mas claro / y la ceniza / otra nieve» (52).
Las derivaciones y paronomasias son igualmente consecuencia de ese deslizamiento incontrolado de los signos: los «soles solos»; de especial relevancia es el juego con «ojos», «ojeras», «ojeriza», que se repite en varios textos al ser los ojos, como ya hemos visto, el medio para iluminar lo otro. En otra ocasión («París», 22) el poeta se entrega a un juego de combinatoria lingüística.
Muchos más podría comentarse de este poemario, que se abre a la perplejidad de que algo exista y se pueda decir. Curiel nos arranca a cada momento de un suelo que creíamos firme para recordarnos a través de imágenes poderosas y contradictorias que «nunca sabré / la hoja que soy» (55), o, con más contudencia, que «no hace falta estar allí / para no ser este / que soy tras las cabras» (31); la presencia y la ausencia son categorías que ya no nos sirven, quizá el lenguaje tampoco, pero el intento de nombrar lo innombrable hace que el pensamiento pierda también su calidad de pensable y nos encontremos arrojados a la pura percepción de existir, una estética de lo que queda cuando nos hemos asomado a la nada.

1/5/19

República Van Gogh




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Escucha aire
esto
sólo esto.
Lo guardo en ti.

Al echar
el puñado de vida al aire
polvo y tierra
se separan
como el amor
del odio.

(A ti)

29/4/19

LUMINARIAS (2009-2019)


Ponía demasiada fuerza en no gravitar, o caminar sin levantar polvo. Hay una gran oquedad revestida, la necesitabas para hablar. Un hombre al que hubieran condenado a hablar sin cesar hasta el final de sus días y así alejar a la muerte.


Los libros en los que apoyaría mi cabeza para hacer de ellos una almohada dura. Dasein.


Hace daño. Pensamientos o semillas negras de pensamientos. Al  esparcirlas por las arenas estériles sueñas que no vives. Así es la gratitud: lo que no se da, se da. En la mano negras semillas de pensamientos que echas a los pájaros para que dejen de cantar.



Intenté hacer lumbre a la manera de los hombres de la niebla. Desfallecí. Fracaso. Mañana eclipse de luna. Hay que escribir a saltos, siempre hacia adelante. Grandes saltos para dejar menos huellas. El rastreador, el que lee te confundirá con un gigante.


La excesiva luz del Roselló donde el poeta es un destructor de lenguaje. El vacío del centro.



Escuchando el agua todo el día. Penetró ese sonido en ti, sigue sonando dentro de ti y hasta olvidar quien eres.



En ese poema arde un depósito de turba.




La primera palabra del día raras veces se pronuncia.



Espesura del bosque, arroyos desbordados, vivacidad de la propia vida, incluso la muerte ayuda al verde, a reverdecer, a llenarse de luz antes de que el viento haga que todo baile con todo. Ante esta sinfonía prodigiosa tu vida es un desierto.



Grandes simas en la conciencia. Dios no las domina.



Con viejas vigas la casa nueva. Las piedras siempre son viejas. Con piedras de los cercados una casa transparente: después de los remolinos del yo, las hojas del tu a mis pies.



Ninguna noche se acumula en otra noche.