-JARAÍZ- El laberinto de lo telúrico: Miguel Ángel Curiel
por Francisco Martínez Real
Miguel Ángel Curiel, Korbach
Valdeck, Alemania, 31 de marzo de 1966, poeta español, de una familia
originaria de Jaraíz de la Vera (Cáceres) En el año 2000 gana el accésit del
premio Adonais con el libro El VERANO. Desde entonces su obra poética se aparta
definitivamente de las tendencias poéticas más dominantes y vigentes en nuestro
país, hasta desarrollar una voz original e inusual en la poesía española
actual. Miguel Ángel Curiel ha sido becario de la Academia de España en Roma
(Beca Valle Inclán para escritores) entre los años 2009 y 2010. Es durante ese
periodo en el que comienza a escribir su libro LUMINARIAS, diarios poéticos en
construcción. Entre sus libros destacan EL AGUA, (poesía 2002-2012) Finalista
del premio nacional de poesía 2013. ASTILLAS, Calambur, Madrid, 2015. El
NADADOR, 2016, finalista del premio nacional de poesía 2018. JARAÍZ, 2018,
finalista del premio nacional de la crítica 2019. LUMINARIAS (2009-2019)
editorial AMARGORD. Miguel Ángel Curiel es un creyente de la poesía. A lo largo
de su ya larga trayectoria, que se inició con el accésit al premio Adonáis en
los albores del cambio de milenio, la crítica ha destacado de su obra la
hondura y también la experiencia liminar entre el Eros y el Thánatos, así como
su no amoldamiento a las actuales modas o modos de la poesía española. A todo
ello yo añadiría que únicamente un poeta con fe puede hacer posible con sus
poemas lo imposible: explorar o decir lo intangible. Su obra es una búsqueda
constante de la palabra exacta que defina la condición humana, así como una
reflexión sobre la temporalidad y una lucha agónica con el logos,
aspectos que se detallan a continuación en relación a su obra última, principalmente
el poemario Jaraíz, publicado en 2018.
En la obra del poeta Miguel Ángel
Curiel convergen una serie de características que hacen de su producción una
escritura única en el ámbito peninsular de principios del siglo XXI. Uno de
estos elementos destacables es la lucha agónica del yo poético con la
naturaleza. Encontramos en sus composiciones, generalmente breves, una
simbología propia que se repite en toda su obra y genera diferentes
interpretaciones de términos muy socorridos por la tradición poética, como el
sol, la luz, los árboles, en una dicotomía entre la naturaleza agresiva y
destructora, y la naturaleza como fuente de esperanza.
Así se observa en los poemas del
poemario Jaraíz (Curiel: 2018), el que el sol parece ser un reflejo del dilema
interior del poeta, en relación con la naturaleza y el vacío. La aparición
reiterada del astro solar en su poesía puede hacer alusión a la necesidad
(frustrada) del yo poético de estructurar y explicar racionalmente su
personalidad, teniendo en cuenta el análisis de C. G. Jung en Arquetipos e
inconsciente colectivo:
“Si la
luminosidad aparece como monádica, por ejemplo, como astro único,
o como sol, o
como ojo, toma preferentemente la forma de mandala y debe interpretarse como
sí-mismo. Pero no se trata de doble conciencia, ya que no se puede demostrar la
existencia de ninguna disociación de la personalidad. Por el contrario, los
símbolos del sí-mismo tienen una dimensión unificadora.” (Jung,
2009:230)
Las alusiones
solares en la obra de Curiel no necesariamente han de operar como un
desentrañamiento del yo, pero sí como un reflejo de la angustia del yo ante la
naturaleza como ente salvífico y a la vez absorbente, con la que se establece
una lucha fagocítica, como en la composición “Nadador”:
“Ningún sol en
mi mano. Vigilo animales que quieren comerme y me los como. Casa fría, ventana
abierta, silla en la calle, puerta entrecerrada, hay vacío, quería llenarlo de
agua, nadar por las estancias, ver el sol debajo de mí, flotar de muerte
y vida.” (Curiel, 2018: 99)
El poeta
desea apresar el sol (su identidad) o bien someterla (ver el sol debajo de mí).
Después, en las líneas finales de la prosa lírica, pretende cortar la conexión
entre el sol y la muerte, lo que hace que el lector se figure esta cadena
yo-sol-muerte como el deseo desesperante de conocer el yo, que puede conducir a
la muerte.
“El cansancio
es vegetal, tiene raíces en la boca, en los ojos y sube desde el yo al sol, si
lo cortas, cortas la vida que va del sol a la muerte.” (Curiel, 2018: 99)
De esta
forma, el poema revela la angustiosa unión de los tres elementos antes
referidos, que invade la anatomía del yo poético, en un cuerpo fragmentario y
cuyas funciones fisiológicas, como el comer o el orinar, se representan de
forma explícita en la obra de Curiel, como analizaremos más adelante. El camino
del sol es mutilado en otro poema de Jaraíz: “Eso es la muerte, / nunca
llegar al sol / y correr hacia un punto negro” (Curiel, 2018: 106), en tanto
que en “Amarillo” sol parece encerrar en sí mismo la oscuridad: “Ocho de
septiembre, intento de elegía, Talavera, sale un sol de otro, un sol amarillo
de uno negro” (Curiel, 2018: 116).
En el poema
“Paseos”, del mismo poemario, se alude de forma clara a la imbricada relación
entre los elementos de la naturaleza y el cuerpo en la lírica del autor, como
se puede observar en los elementos que marcamos en cursiva:
Un nudo de aire
es esta palabra, el miedo brilla en la boca. Hay una nada llena de
hierba, tallos cuyo verde es sangre. Del negro sale el sol y vuelve al
negro. Un espino seco, por la sombra de sus ramas sentí que viviera aún.
Ni un canto
para desvelar o velar. Espejos de nieve negra. El que tiembla escribió
estos nombres. Una linterna para dar un paseo por la muerte. El Dios nuclear,
la implosión, el ojo cosido con el sol dentro.
Esquirlas,
lajas, desgarra con la una tela blanca en el silencio estéril. Schnee, palabra
caliente. El negro deja su sal. Soy una rama que entablilla el aire.
(Curiel, 2018: 77)
A lo largo de
la composición en prosa, se define un paisaje en que el yo poético se fusiona e
identifica con el paisaje, es él mismo una parte central de la
naturaleza distópica que se intuye tras los espejos de nieve negra y un
Dios que es un ojo cosido con el sol dentro. En mitad de esta nada de
tallos, el yo poético es una rama que entabilla el aire (esto es, un
elemento que pretende permanecer en vertical pese al viento que lo agita). La palabra
caliente a la que se alude probablemente sea la palabra poética que la pequeña
rama que es el poeta erige como defensa ante este universo particular en que no
hay “ni un canto para desvelar o velar”, es decir, un ámbito donde no existe la
tranquilidad ni en el sueño ni en la vigilia.
La palabra
plurilingüe en la poesía de Miguel Ángel Curiel.
Literalmente:
así hay que conservar ciertas palabras, que no deben ser traducidas, que han de
saberse de memoria y repetirse tal cual. Una palabra que requiere literalidad
tiende de algún modo al nombre propio, pues lo que se ha de preservar en sus
reapariciones futuras no es tanto la referencia a lo nombrado, cuanto la forma
ostensible de su carácter nominal, la singularidad persistente e iterable de
una denominación que evoca ante todo la presencia real de la memoria en el
nombre. (Cuesta, 2015: 66)
Estas
palabras de Cuesta Abad pueden ayudar a interpretar la conciencia plurilingüe
de Miguel Ángel Curiel, quien en su búsqueda de la palabra se pregunta por la
validez de la palabra traducida:
Traduje esto, y
al volverlo a la lengua original salió esto… Lo traduje nuevamente tantas veces
hasta que desapareció… “Faut-il que j’ecrive en vers pour me separer des autres
hommes…” (Curiel, 2018: 34
Como el mundo
la poesía será cada día más pobre.
En pocos
versos de su obra es el poeta tan claro como en esta sentencia final sobre la
pobreza de la poesía, del verbo traducido como aspiración imposible a reflejar
los contenidos pensados en una lengua determinada. Es por esto que ciertas
palabras, especialmente del alemán, obsesionan al poeta, que se rebela y las
refleja en sus poemas sin traducir, a la vez que plasma esa duda por el término
empleado: ¿es más adecuado el español, el alemán o ninguno?, parece
preguntarse. Así se refleja en el poema titulado Cupressus sempervirens,
en el que al juego de palabras entre quemado y resquemor le sigue
la duda entre la llaga o el término alemán Wunde ‘llaga, herida,
dolor’, para después preguntarse ¿Mi amuleto?, una pregunta sin verbo
que probablemente refiera la duda sobre el sentido supersticioso de la palabra
como elemento protector, más que reflejo de una realidad objetivo:
No es lo mismo
incendiar
Lo quemado
Con resquemor.
Llaga o [Wunde]
¿Mi amuleto?
(Curiel, 2018: 52)
La confusión
del lenguaje (y de la realidad) se plasma en forma de prosa poética fragorosa
en Unter den linden, otro poema en el que el verbo decir se
repite al comienzo como una cadencia, en pretérito imperfecto de indicativo. El
salto temporal que ello supone también se refleja en el uso de una lengua viva
(alemán) y otra muerta (latín), y presenta las dudas sobre el lenguaje que el
creador alberga, no solo con respecto a su lenguaje presente, sino a los
pasados y a los posibles lenguajes futuros. Curiel refleja en este fragmento
esa confusión de las expresiones:
Trozo de
Bauernbrot hic est corpus meum en el Quelle, Source, Forrás und Pramen o
Spring, manantial del que sacar trapos negros o coger en la mano las venas del
río. (Curiel: 2018: 74)
Por otro lado,
Curiel distingue entre el lenguaje convencional y el poético en Poema,
en una interpretación de la lengua poética como paralela e independiente de la
habitual. Es así cómo distinguimos la técnica del vate de insertar palabras
aisladas en otras lenguas o en español en mitad del poema, sin necesidad de que
formen parte de un sintagma u oración con sentido convencional. En el final del
poema parece dirigirse a un tú que puede ser amoroso o un tú universal (el
lector que conoce el verdadero sentido de la obra del poeta a través de la
palabra leída en el poema, sin necesidad de que esta sea interpretada o
explicada):
Algunas
palabras suenan mal,
en sí mismas no
dicen nada,
pero en mitad
del poema lo son todo.
No me ves en la
luz,
de blanco en la
nieve,
en la multitud
o en el río
lleno de nadadores
no me ves.
(Curiel: 2018, 112)
Y en la nada
del poema sí.
Pies, ojos y
bocas son protagonistas en la obra de Miguel Ángel Curiel, y aparecen
separadamente en sus poemas (no como cuerpo unitario), en una fragmentación del
cuerpo que es paralela a la división de la identidad, problema reflejado en
toda la producción del autor. Esto ocurre con la boca, que fagocita plantas,
luz y animales en la búsqueda de abarcar elementos de la realidad externa para
completar la identidad del yo poético, que practica esta fusión agresiva
con la naturaleza: “Vigilo animales que quieren comerme y me los como” (Curiel,
2018: 99), “Deberíamos recoger nuestra sombra, irla metiendo poco a poco por la
boca” (Curiel, 2018: 101), “donde un perro come fruta y un hombre basura”
(Curiel, 2018: 105).
Asimismo, el
ojo refleja el cansancio de mirar del yo poético:
Igualmente,
el cuerpo parece representarse a veces como fagocitador o como reposo de un
vacío. Esta técnica de Curiel no es exclusiva de su obra: existe, en efecto,
una tradición literaria en torno a la ausencia, como afirma José Manuel Cuesta
Abad en Demoliciones: literatura y destrucción. Además, en esta obra el crítico señala la
importancia de esta ausencia como indistinción del sujeto/objeto, como sucede
en la obra de Curiel, en la que el yo poético es fagocitado por la poesía y los
límites del lenguaje, a la vez que devora los elementos de la naturaleza.
Abad asegura
en su tratado que:
Dado que las
experiencias y los objetos poetizados han de presentar un vacío para
convertirse en figuras, solo las experiencias negativas pueden ser poéticamente
útiles (Cuesta, 2015: 34)
En la poesía
de Curiel este vacío se simboliza a veces con forma de surco: El mar / con
su grito azul / me ha abierto / un surco (Curiel, 2018: 90). En otras
ocasiones, el vacío es directamente la negación: No soy ese, ni el otro.
Negar y negarme, de esa negación este poco de luz. (Curiel, 2018: 103).
Esta negación forma parte de la búsqueda de la identidad y de esa dificultad
para distinguirse como sujeto y objeto (negar y negarme) mencionada más
arriba.
El cuerpo en
la obra de Miguel Ángel Curiel no es sino un signo de incomodidad en ocasiones:
quiere extenderse más allá de la superficie, ensanchar el yo. El cuerpo parece
querer fundirse con la naturaleza, fagocitándola en ocasiones. Así, cuando
Judith Butler asegura que “
“En cuanto deseo, el cuerpo se
manifiesta más que un ente positivo, capaz de escapar al veredicto de la
muerte. El yo se extiende más allá del sitio positivo del cuerpo mediante
sucesivos encuentros con diversos dominios de alteridad. En el deseo, el yo
deja de residir dentro de los confines del ser positivo, dentro del cuerpo,
encerrado, y deviene las relaciones que establece, se instala en el mundo que
condiciona y trasciende su propia finitud.” (Judith Butler, Sujetos del
deseo, p. 135)
Así, en
Curiel el deseo de objeto del que trata la tradición psicoanalítica se
manifiesta a través de un deseo de fusión y fagocitación de la naturaleza, para
abandonar los límites del propio cuerpo. No es yo poético fusionado con la
naturaleza, sino fagocitador del mundo natural, y que hace del mundo natural
parte de su cuerpo (con el dolor que ello conlleva). En el poema “Nadador”,
frente al riesgo de ser devorado por los animales y la necesidad de tener el
sol en su mano, es el yo poético quien devora a las criaturas y parece
fatigarse fusionado con un vegetal anclado a la tierra (en la línea de la
lírica telúrica que se observa a lo largo de su producción:
Ningún sol en
mi mano. Vigilo animales que quieren comerme y me los como. […] El cansancio es
vegetal, tiene raíces en la boca, en los ojos y sube desde el yo al sol, si lo
cortas, cortas la vida que va del sol a la muerte. (Curiel, Jaraíz, p. 99)
De otro lado,
la visión escatológica y devoradora del mundo tiene relación con el vacío y los
límites entre el tú y el yo, así como la imposibilidad de encontrar la
identidad: el deseo de expansión del cuerpo es paralelo al de ampliación de la
identidad y al olvido o confusión del lenguaje, como se observa en los versos
de “Golpes de sol”:
Me arranco la
luz, no duele. / En la noche de viento blanco hierba negra en el cuerpo vacío
[…] / Yo soy tú, pero tú no eres yo, él es tú, por eso no eres yo. […] / Tengo
un bosque como un amigo. / Le llevo palabras para olvidarlas. (Curiel, Jaraíz,
p. 123)
Logos, cuerpo
y tiempo en la obra poética
En
definitiva, y como hemos observado en apartados anteriores, la obra de Miguel
Ángel Curiel supone una conjuración de los límites del cuerpo, así como los de
la comunicación a través de la palabra (y el silencio). El tiempo es también
una constante en su obra, en una mezcla de dimensiones del ser humano que busca
hallar la expresión del afán de eternidad de la persona (pero que no termina de
hallarla sino en un lenguaje poético único).
En el
siguiente pasaje de El silencio de la escritura, de Emilio Lledó,
aparece una explicación al dilema temporal y de la existencia que Curiel trata
de abordar, un conflicto que finalmente se resuelve a través del logos,
como pretende el poeta que nos ocupa en su búsqueda del verbo exacto:
“El tener
logos no sólo permitió la interacción que implica compartir cada presente
en el simultáneo espacio colectivo del vivir, sino que, además, a través del
lenguaje como mundo, como universo de significaciones, el tiempo del cuerpo,
consumido y disipado en la incesante sucesión de latidos efímeros, se
transformó en tiempo del proyecto y la memoria, en tiempo de la esperanza y el
destino. Vuelto así hacia el futuro y el pasado, el tiempo de la naturaleza se
hace tiempo de la cultura.” (Emilio Lledó: El silencio de la escritura,
p. 24)
En el caso de
la poesía última de Curiel, principalmente de Jaraíz, el yo poético
trata de la extensión de sí mismo en el tiempo a través de un logos
fluyente, confuso e incesante, que modifica su palabra de manera variable,
traduciéndose continuamente. La luz, en la composición titulada “Manar”, es un
símbolo de la iluminación del ser humano a través del logos, que
asusta al yo poético, suspicaz ante una solución definitiva del conflicto
agonal con la temporalidad. El yo continúa, así, traduciéndose:
La luz da
miedo.
Hay alguien
detrás.
Dentro del
carbunco
el angyal azul.
Tempus
en el tiempo.
He abierto un
pez,
le sale la
luz.
Me lo he
comido.
De profundis.
Mano así
de mí.
(Miguel Ángel Curiel, Jaraíz: p. 107)
La paradoja
de la palabra y de su escurridizo sentido queda reflejada en la irrefrenable
necesidad del yo de traducirse. Curiel refleja en ello la idea de la palabra
reinterpretada constantemente por el lector (y el autor), que no alcanzan a
encontrar un sentido unívoco de la palabra en mitad de la aceleración de la temporalidad, como observamos en el poema
anterior (Tempus en el tiempo). Así, se reflejan en la poesía los
múltiples sentidos que puede adquirir un texto dependiendo del tiempo y del
lector, y que conducen a ese rasgo de esquivez inherente al logos:
“El lector
que mira el texto desde el tiempo reversible, lento, de quien quiere reflejarlo
en sí mismo, pretende entenderlo, y esa inteligencia implica una cierta
forma de duplicación. Entender qué y para qué.” (Emilio Lledó: El
silencio de la escritura, p. 86)
BIBLIOGRAFÍA PARA ESTE ARTÍCULO
CURIEL, Miguel Ángel (2018): Jaraíz.
Madrid: Amargord
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
BUTLER, Judith. Sujetos del
deseo (2012). Madrid: Amorrortu
CUESTA ABAD, José Manuel (2015):
Demoliciones: literatura y destrucción. Madrid: Abada Editores.
JUNG, Carl Gustav (2009): Arquetipos
e inconsciente colectivo. Barcelona: Paidós.
LLEDÓ, Emilio (2011): El
silencio de la escritura. Madrid: Espasa Calpe.
Muchas gracias por compartir mi artículo sobre usted, ha sido un placer descubrir más en profundidad en sus versos.
ResponderEliminarLe agradezco enormemente el trabajo que se ha tomado, lo valoro mucho, y la perspectivas que abre me ayudan a comprender un poco más el significado de lo que he escrito en un libro como Jaraíz.
ResponderEliminarGracias muchas.
.miguel ángel curiel.